La importancia de un día



Hay momentos que se merecen banda sonora, y encontré la mía gracias a un casi amigo al que tuve que odiar, para volver a conocer de nuevo. Curioso, que fuera él quien me diera la canción que escucho cada vez que me olvido de por qué huí al norte. (¿Huí? Quizás. Mejor, me tomé un descanso.)

Lo echaba de menos. Echaba de menos conocer a gente loca. Loca de verdad, con esa locura de la que me habló una amiga en una carta. Locura de la libertad y del viento en la cara. Libertad que sabe a mar, incluso cuando estás en las montañas. Locura de ojos tranquilos, pero llenos de furia. Pasión, para ser más exactos. Esa locura que te hace pensar que los locos son los demás, por no tener esta mirada.

Echaba de menos las pequeñas casualidades, como es que salga el sol el día que más lo necesitas. Conocer a un loco (de los de verdad) el mismo día que sale el sol. Poder abrazar a una amiga en la parada del bus: ella porque llega tarde, tú porque llegas temprano.

Echaba de menos encontrar el amor en cada esquina, pero lentamente, empiezo a ver los corazones de nuevo. En todos lados, a todas horas. Echaba de menos el querer por querer, el sonreír por la alegría de estar viva y enamorada de esta vida. Porque por un momento, me olvidé, me olvidé que hay que querer, sin peros, y a pesar de todo. Que la solución siempre está en querer un poquito más. Per què mai s'estima massa. Nunca. Nunca se quiere demasiado.

Un día. Sólo hace falta un día. Que llegue, que pase. Como principio o como final. Un día lleno de conversaciones necesarias. Y un día de silencio. Silencio absoluto, sin saber qué pasa al otro lado del espejo.

Un día, un día lo cambia todo.

Ana 'Uala'


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