Sueños de medianoche



Por mucho que miro hacia arriba, en la ciudad más bonita del mundo no se ven las estrellas. Es, para mí, el coste más elevado de vivir en este torbellino de personas, luces e historias. 

Escruto el cielo, pero las letras de Barcelona son lo único que ilumina la ciudad, con la ayuda de una luna que mengua. 

Y la verdad sea dicha, hay noches que el silencio de tu casa no es suficiente. Necesitas un silencio eterno, un silencio intenso, un silencio oculto. Un silencio sin luz, pero con muchas estrellas. 

Pero no por esto vamos a dejar de soñar. Y eso hago. Me siento, ventana abierta y pies tapados, e imagino. Y sueño, y veo, y sonrío. Lo veo, ahí, delante mío. Impreciso, imperfecto. Un espejismo dentro de una niebla matutina. Matutina, porque en la que salga un poco el sol se disipará y dejará verte las señales, y después, a lo lejos, el camino. 

Después de días poco claros, hay que saber renacer. Hay que saber sentarse delante de la ventana y reinventar tu mundo. Al menos, un rato. Al menos, en tus sueños antes de irte a dormir.

Es así, como quizás no veo las estrellas, pero soy capaz de inventarmelas. Y si mirar el cielo no sirve, miro los edificios que tengo delante, y me imagino que cada pequeña luz es un astro. Un astro con historia propia, historia que quizás algún día viviré en propia piel. Es así como mi alma se siente acompañada, recordando que hay conexiones que fluyen, a pesar de que todos duerman. Son estas conexiones las que hacen latir el cuerpo, y alimentan el alma. 

Y a través de estas conexiones viajas, entre sus hilos transparentes, tejiendo tu propia historia. Creas en tu cabeza escenarios donde el miedo no te impide hacer aquello que amas. Te haces dueño de tu historia, y ya no necesitas de héroes de cuentos. Sí Popeye utilizaba una lata de espinacas, tú utilizas tus sueños para recordar al corazón que hay que ser valiente, y a la cabeza que hay que elegir el amor ante el miedo. 

Y sueño, y veo, y sonrío.

Es hora de ir a dormir. De dejar los sueños en la mesita de noche, en forma de gafas... para volver a ponértelas cuando despiertes. 

Ana 'Uala'



Where your what is?


'There is no place like home', concluded Dorothy after her magical experience in the world of Oz. No place like home.

Home. What an abstract word. Home is where the heart is, some pray. Where the wifi conects automatically, laugh off some others. Personally I don't like this one, because it makes every free wifi spot my home, and I don't feel that at all. I like the one that jokes about home being where your beer is... 

But anyway, it's a complicated concept, home. Is home where you live? Is home where the people you love are? What would the refugees escaping from Syria answer? Are they leaving home behind, even if there's nothing left there anymore? Will they ever be able to find home in their new hosting countries? Where is home to the unloved child, the one that finds protection in the street, the one that has nowhere to go...

Where is home for someone who has her heart divided in more than one place? 

I guess you can have more than one home, right? You make your own home. You make your small comfort zone. You have your two pictures, and your laptop, and that postcard that some friend send you from a country you might, or might not, visit. Some old tickets to some concert and one or two of your favourite books. This could be home, right?

Or home is wherever you are, because maybe the feeling of your heart beating against your ribs is enough. Knowing that there are good people on this planet already makes you feel home. Sleeping under a million stars. We could ask any nomad. 

Home, home is where your children are with you. Where you feel safe, even if you have nothing. Where you can watch them sleep, without fears that kids shouldn't be exposed to. 

And maybe, maybe, home is where you have found people you love. Home is knowing you have your own space, but prefer to stay in the kitchen. Knowing who arrived by the way they go up the stairs. Home can be, I guess, strangers becoming friends, becoming family. Home is knowing you will have a smile waiting for you at the end of the day, or the smell of coffee from downstairs.

Home. 

There is no place like home. But which one of them?

Ana 'Uala'





Courage, dear heart



The sky was orange when I started writing this. Orange, and pink and purple, and blue. Light, light blue. Every afternoon, the colours reinvent themselves in the sky. I will miss how the absence of mountains makes the sky look wider here. 

I'm writing in english, because it's the only way they'll understand. I've tried, but spanish is still not fluent in them. Maybe, some day. Some words they will know for sure. For now, we'll use english. Because I want them to know. Just this once.

And you know? I've always wondered if people really understood how significant they are in my life. How everyone stretchens my heart, a bit, for a while. If they understand that it hurts, everytime. But it's ok, because then I have so much more space for love. Even when they are not there anymore, the space they left, it's there. It's marked. And that space will be forever used to search for enough reasons to bring the sun out every morning. 

And you know what else? What I have learned? That I should be proud. For this pain, for this joy. That even though they are not related, they are both important. That you have to be proud of what you feel, and if you wear your smile like a prize, you should never hide your tears either.

That's what makes you strong: embracing your feelings. 

Days are getting longer and longer, the sun rising before it even has time to set. Somehow, it feels that these scarce hours of night are darker than usual; and I've fallen in love with the silence you hear during the light of night. The sun out, but everyone still sleeping.

And it has been during these first beams of the sun where I have realised. Every morning, when I wake up.

If they'd let me, I'd choose my life, over and over and over again. 

There's no other place I'd rather be. No other people. No other feelings. No other skin. 

I love. No more needed. 


Ana 'Uala'

No es sólo cuestión de suerte


¿Y no es gracioso, cuando la gente te llama valiente por ser como eres? La gente que te admira por hacer lo que te apasiona, por seguir tu instinto, por alzar la voz. Valiente, te llaman valiente.

Como si se necesitara valor para eso. Como si se necesitara valor para alzar la voz. Como si hiciera falta valor para sentir el fuego ardiendo en tu pecho. No hace falta valor para hacer lo que crees que es lo correcto. La furia que te mueve... Es la fuente de energía. No necesita valor. 

Pasión. Hace falta pasión. Creer en el brillo de los ojos. Hace falta práctica. Hace falta determinación. Motivación. Perseverancia. 

Valor...Valor hace falta para dejarte herir. Y herir tú. Hace falta valor para amar sin límite. Hace falta valor para actuar a pesar de. Sin importante las consecuencias. Hace falta valor para sacarte el corazón del pecho y entregárselo a otro para que te lo cuide. 

Hace falta valor para equivocarte una vez, y otra, y otra, y seguir equivocándote, sólo para encontrar las cien maneras de no hacer una bombilla. 

Valor. Hace falta valor para callar tu voz, vivir en una piel que no es la tuya, elegir ser infeliz. Hace falta valor para elegir conformismo ante aventura. Ocultarte, callarte. Dejar que otros dominen tu vida. Sobrevivir, sólo porque es más cómodo. Valor para vivir en el miedo. Para elegir lo que menos te conviene, lo que acalla tus sentimientos. Echarle tierra al fuego. Enterrar tu corazón.  

Hace falta valor para elegir morir respirando, y llamarlo vida.


Ana 'Uala'



De las cenizas


Entraba hace poco a nuestro pequeño y caótico jardín, buscando un pendiente que perdí entre la nieve (ilusa de mí, nunca pierdo la esperanza), para encontrar algo mucho mejor. 

No diré que el invierno aquí ha sido tan aterrador como lo pintaron. Sí, sopló algo el viento, y casi nos desnucamos un par de veces por el hielo, pero en general, nada que un corazón ardiente no pueda soportar. Si es que tenemos fuego en las venas, y eso no se apaga tan fácilmente. 

En cualquier caso, por frágil que haya sido el invierno, más frágiles son las plantas. Y no han tenido piedad en nuestro jardín. Pequeña jungla. Todo marrón y muerto. Tampoco ayuda que no seamos expertos jardineros en la casa [de hecho, no somos jardineros de ningún tipo]. Pero la madre naturaleza es sabia, mucho; que por algo es madre de todos. Andaba yo buscando mi pendiente, y encontré vida. 

Pequeño atisbo de vida entre la mierda. Y, sí. Entre troncos podridos, hojas muertas y restos de fiestas ya olvidadas. 

Campanillas. Pequeñas campanillas creciendo sin orden ni control por todo el jardín. La primera señal de primavera, que debajo de la muerte hay vida. Que todo se describe en círculos, que todos somos fénix: renacemos de nuestras cenizas. Y las hojas muertas sirven de abono para lo que tiene que venir. Que somos el cúmulo de nuestras experiencias, las buenas y las malas, y todas sirven para alimentar tus raíces.

No hay que olvidar. No hay que olvidar que aunque se congelen los dedos de las manos, el corazón sigue latiendo. Que las hojas que mueren son para darle paso a los nuevos brotes y que no hay nuevos principios sin finales. Y que normalmente esos principios vienen cuando menos te lo esperas. 

No hay que olvidar que dos campanillas blancas entre la tristeza de un jardín destrozado, pueden ser la perfecta excusa para hacerte sonreír. Y quisiera, quisiera abrazar los corazones de aquellos que no ven la belleza en esta imagen, que no ven que siempre hay esperanza (incluso para pendientes perdidos), y hacerles entender. 

Si este pequeño ser tiene la capacidad de renacer cada primavera... ¿cómo no vamos a tener nosotros la fuerza?

Bienvenida primavera. Otra vez. 


Ana 'Uala'

[Des]control


'Momo comenzó a sorprenderse que se pudiera andar tan lentamente y avanzar tan deprisa.'

Y ya lo dicen, lo contrario al amor no es el odio, es la indiferencia. Es la indiferencia la que te rompe el corazón, la que te decepciona, la que te deja abandonada, en medio de una carretera, sin norte ni sur. Tan perdida, que ni caminar sabes ya. Se está haciendo de noche.

Manar. Me enamoré de una palabra, caminando cogida de la mano de otra historia, de otra vida, de otra realidad. Me enamoré de cómo esta palabra se pega al paladar, llenando la boca de significado. Cómo una palabra es metáfora y salvación al mismo tiempo. Luz que te guía en la oscuridad. Si el alma hablara, utilizaría únicamente palabras tan intensas. Así, quizás, se encogería la distancia entre el peso de tu corazón y la del susurro de tus labios. 

Supongo que tratamos de buscar nuestro manar, todo el tiempo, en todas las flores que asoman entre la nieve. Supongo, también, que es lo que hace que el viaje valga la pena. Es la única forma que tenemos de descubrir que cuando estamos abandonados en la cuneta, y sí, se está haciendo de noche -no brilla la luna y tenemos frío- en realidad, no estamos tan solos. Hay pequeñas luces, estén cerca o lejos, pero que aclaran la noche. Aprendes que no es necesario saber dónde queda el norte o cómo ir al sur. Tienes que ir hacia la luz. Hacia tu manar. 

A medio camino saldrá el sol. El cielo se volverá a teñir de colores, y los rayos bailarán en tus párpados. Volverá a hervir la sangre, y ese pequeño fuego que arde en el pecho de todos, volverá a brillar. Tal vez suficiente, incluso, para ser manar de alguien. Y pasarás de estar sin control en la oscuridad, a no controlar la cantidad de luz que emana de ti. 


Ana 'Uala'




Cualquier tiempo pasado


Bienvenida, primavera. 

Dos días lloviendo y hoy, que ha llegado la primavera, ha salido el sol. Y una se olvida que ha hecho frío, o que tuvo malos días. Porque amanecer escuchando rumba anima el corazón. 

Pensaba hoy en lo lejanos que parecen los problemas vistos con perspectiva de eso que llamamos tiempo... y lo mucho que los sufrimos en el momento. Lo lejos que parecía el ahora, y lo cerca que parece el ayer. Como si una vez pasado la explosión, todo volviera a ser igual. Pero no, nunca lo es. No eres la misma persona, nunca más. Supongo que es esto lo que la gente llama crecer.

¿Qué será de aquella yo que era, y que dejó de existir? ¿Era acaso menos real? ¿Es el tiempo una excusa para no sentir? Total, todos acabamos en el mismo agujero, creamos en el alma eterna o no. Nunca me he llevado muy bien con la memoria. De todas, es la más mentirosa. Amante de la supervivencia, se unen para hacerte olvidar todo lo malo. Todas esas lágrimas derramadas, esos nervios en el estómago, esas noches sin dormir, se eliminan, teñidos de melancolía que te dibuja una sonrisa en la cara.

¿Que por qué es eso algo malo?

Porque hace el sufrimiento vano. Cual es el sentido, para qué nos molestamos, si luego todo queda en un juego de niños. Si no es más que algo que alejamos con pequeño gesto de la mano. Como si no hubiera sido importante. Como si lo que hubieras sentido nada. Qué tonta fui.

Sí, fui tonta, pero sentí. Intensamente. Y no quiero dejarlo ir. Quiero tenerlo cerca, para entender ser feliz está escrito en lápiz.

¿Cómo podemos olvidarnos del frío cada primavera?

Ana 'Uala'




Si no lo has oído, grita más



Suena el despertador. El sol te da los buenos días, mientras saltas de la cama y te preparas. Ducha, te pones cualquier cosa encima y con el pelo aun mojado, tiras cuatro cosas en una vieja mochila. La cámara, que no falte la cámara. Ya llevan dos perdidas, te están esperando abajo. Esperando al ascensor te das cuenta que te has olvidado la toalla. Vuelves a entrar, y aprovechas y coges la botella de agua fría. 

Deprisa, que aun tenéis que pasar a buscar a otros dos. 

Así empieza, un fin de semana entre buen rollo y cerveza fría. De la playa saltas a la montaña, a veces más a veces menos. Siempre alegría y buen cuerpo, y siempre, siempre, comida de más. Y alcohol de menos. Al final, todo se resume en risa. Risa, risa de esa contagiosa y estúpida, que te hace olvidar de las razones que la provocan y pensar más en el eco que dejan. Eco, eco, eco. Ja, ja, ja. Que en castellano nos reímos con jota. Al final son todo risas y confesiones a medianoche. 

Hay un hilo que nos une, nos ata, y hace de nuestras historias una. Hay un hilo que se enreda y se alarga, y un hilo que a veces está a punto de deshilacharse y que al final, increíblemente, se mantiene en su sitio. Hilos compuestos de muchos, hilos únicos, hilos que sólo están ahí para que no pierdas el camino. Buscando la salida tras derrotar al Minotauro. O algo incluso peor. 

Quizás, en esta ocasión, sobraba nieve y faltaba sol. No faltó el alcohol ni sobró comida. Pero como siempre, se gritó, se gritó mucho. Y si no lo oíste a la primera, se grita más. Porque otra cosa no, pero sabemos hacernos notar. El paisaje no será al que estoy acostumbrada, seguro. Pero empiezo a reconocer esos hilos, esos hilos a veces tan visibles que comienzan a escribir la historia de desconocidos. Hilos que te unen, por un rato o para siempre - y eso es lo de menos. Porque si partimos de la base que el tiempo no existe, quizás la historia de un día es más importante que toda una vida llena de historias. Y no importa qué ocurra de aquí dos años, nos riamos o no de los sucesos que ocurrieron, nos acordemos más o menos, o queramos volver. No importa, porque esos hilos, una vez se crean, ya no desaparecen nunca. Quedan marcadas. Y depende de nosotros encontrar lo que esconden al otro lado. 

Supongo que si no les oigo, no hará falta más que gritar.

Ana 'Uala'

Aprender, olvidar y volver a aprender




La última vez que estuve en casa de mi abuela, en una de esas mañanas perezosas de verano, me llamó a la terraza. Me llamó para enseñarme una lección de vida. Recuerdo ese día tan bien. Cómo se arrastraban mis pies mientras pensaba en qué iba a hacer en ese día sin tiempo. En qué querría mi abuela de mí, ella que siempre anda descontenta con las cosas que hago. Pensaba que tenía hambre, y que quizás me hacía una ensalada de tomate y pepino, alimento básico caucásico. 

Salí a la terraza, y mi abuela me esperaba con la cesta de ropa limpia. 'Ven, hija, que tienes que saber cómo tender la ropa'. 

Esa era la lección de mi abuela. Tender la ropa de forma bonita. De forma ordenada. Primero, al fondo, lo más grande. Sábanas y toallas. Después camisetas: manga larga, manga corta, tirantes. Pantalones. Ropa interior. Trapos. 

Normalmente, soy de poca paciencia para este tipo de lecciones. No creo que saber tender la ropa me haga mejor o peor persona. De hecho, no creo que cambie mi vida en lo más mínimo. Pero también vi que mi abuela, sabiendo mi de mi pronto, lo estaba haciendo con sus palabras más dulces. Porque para ella era importante que su nieta, cuando estuviera en casa ajena, supiera tender la ropa de forma correcta. Ser de buena familia y esas cosas, supongo. Tiene que ser difícil vivir atrapado en el que dirán. 

La primera lavadora que puse estando sola, estereotipadamente y cumpliendo con todos los tópicos, me salió la ropa blanca, rosa. Al fin y al cabo, nos componemos de errores, y el mío fue mezclar colores. Ahora ando con calcetines rosas que me recuerdan que para combinar colores ya están las paletas, que la ropa mejor separada. 

Así que nadie me enseñó a poner una lavadora, sin embargo sé tender la ropa. 

Estoy divagando mucho, mucho. Pero pensaba en lo importante que es para las personas transmitir su conocimiento. Enseñar, compartir experiencia. Decirte qué se hace cómo, y a veces incluso por qué. Te llenan la cabeza con información, queriendo o sin querer, no importa. Te aconsejan, con consejos que ni ellos aplican, y a veces se callan lo mejor. Eso es normalmente cuando te quejas de por qué nadie te avisó. Por qué nadie te avisó que iba a doler tanto. Que lo ibas a echar tanto de menos. Que no hay mejor lugar y momento que el ahora. Nadie te avisó que la vida era tan maravillosa. 

Y pensaba, también, que a la hora de la verdad, da igual lo que te hayan enseñado y lo que no. Porque te olvidas, y haces, y te equivocas. Entonces, te acuerdas... y vuelves a aprender. Una vez. Y otra, y otra, y otra...


Ana 'Uala'




La importancia de un día



Hay momentos que se merecen banda sonora, y encontré la mía gracias a un casi amigo al que tuve que odiar, para volver a conocer de nuevo. Curioso, que fuera él quien me diera la canción que escucho cada vez que me olvido de por qué huí al norte. (¿Huí? Quizás. Mejor, me tomé un descanso.)

Lo echaba de menos. Echaba de menos conocer a gente loca. Loca de verdad, con esa locura de la que me habló una amiga en una carta. Locura de la libertad y del viento en la cara. Libertad que sabe a mar, incluso cuando estás en las montañas. Locura de ojos tranquilos, pero llenos de furia. Pasión, para ser más exactos. Esa locura que te hace pensar que los locos son los demás, por no tener esta mirada.

Echaba de menos las pequeñas casualidades, como es que salga el sol el día que más lo necesitas. Conocer a un loco (de los de verdad) el mismo día que sale el sol. Poder abrazar a una amiga en la parada del bus: ella porque llega tarde, tú porque llegas temprano.

Echaba de menos encontrar el amor en cada esquina, pero lentamente, empiezo a ver los corazones de nuevo. En todos lados, a todas horas. Echaba de menos el querer por querer, el sonreír por la alegría de estar viva y enamorada de esta vida. Porque por un momento, me olvidé, me olvidé que hay que querer, sin peros, y a pesar de todo. Que la solución siempre está en querer un poquito más. Per què mai s'estima massa. Nunca. Nunca se quiere demasiado.

Un día. Sólo hace falta un día. Que llegue, que pase. Como principio o como final. Un día lleno de conversaciones necesarias. Y un día de silencio. Silencio absoluto, sin saber qué pasa al otro lado del espejo.

Un día, un día lo cambia todo.

Ana 'Uala'


Año nuevo, misma vida



Supongo que voy tarde para los buenos deseos, y para todas esas promesas que se hacen con la ceguera del comienzo de un nuevo ciclo. Ya son muchas dietas comenzadas los lunes para saber que los cambios ocurren cuando menos te lo esperas, no mientras te ahogas entre una mezcla de uvas y abrazos. No vale hacer promesas con magia en el ambiente. 

Al fin y al cabo, no es más que una noche, Una noche cualquiera. Con algo más de pólvora en el aire. Pero, sinceramente, hay noches que me gustan más.

Tengo que admitir, por eso, que lo hice todo. Hice todo el ritual. Retrospectiva incluida. Y, obviamente, lista de deseos. También llevé rojo, e intenté comer las doce uvas. Esta vez, después de tantos años, incluso salí a celebrarlo. Me consuelo pensando que celebraba otras cosas, pero es una excusa poco sincera. Supongo que hay veces que te hace falta una tradición para cambiar tu energía.

Tradición, un barco, y gente con las pilas cargadas. Y funcionó. Juro que funcionó. Vi como el cielo se volvía azul sólo por el deseo de una persona. Y luego, gracias a ese cielo azul, lo vi verde. Todo muy verde. Y recordé que yo nací bajo la estrella de la buena suerte, pero que sólo se activa cuando me lo creo.

Quizás no fui dueña de la creación, pero durante seis días, renací. 'Sea la luz', y brilló el cielo, el alma, los ojos. Me fui lejos para no estar sola, tal vez huyendo un poco. Pero lo dicen, perderse para encontrarse, y encontré un mejor camino de vuelta a casa. Un camino más soleado. Improvisado.

Conseguí pedir ayuda a través de la distancia. A confiar en las personas, cuando te falta fe y suerte. Y luego, justo después, entendí que ser perfecto no depende de nadie más que de ti mismo. Si tú no haces tu vida especial, nadie lo hará. Reaprendí la importancia de los abrazos -¡qué falta me hicieron!

Mirando el cielo, la última noche, viendo cumplido uno de mis mayores deseos, entendí, otra vez, que si no eres feliz con lo que tienes, no lo serás con lo que te falta. Y estar concentrado en aquello que no es, te hacer perder todo lo increíble que está pasando.

En seis días, aprendí seis lecciones que me sacudieron el alma. Por eso, el séptimo día, descansé. Descansé muchas horas, volviendo al calor del hogar. Bendita sea mi cama.

Supongo, que a veces, está bien tener una excusa para cerrar ciclos. Saber decir adiós... Y abrazar lo que venga de nuevo.

Ana 'Uala'