Amor y otras [no] tonterías



Duermo con las persianas subidas. El sol se convierte en despertador, y soy la pesadilla de la mayoría de las personas que tienen que compartir habitación conmigo. Preguntadle a mi hermana si no.

Pinté mi habitación de amarillo, para los días que amanece nublado. He pintado un pedazo de otro continente, como una puerta mágica que me lleva a otro mundo con sólo concentrarme un poco. No os imagináis las aventuras que he vivido en las últimas semanas.

Me preguntaron una vez sí tenía pareja, y si ese era el motivo por el que escribía como escribía... y sobre lo que escribía. Que parecía enamorada cada vez que abría la boca. Pero también me dijeron que buscaba el amor en las cosas porque no lo encontraba en mí. Que era mi falta de amor lo que me hacía ver lo que veía. Creo que nada tiene que ver con el amor. Ni por desbordarlo, ni por carecerlo.

El amanecer se cuela en la rendija que hay entre mi edificio y el de delante. Cada mañana, nunca a la misma hora. Y cada día, casi de forma automática, mi cuerpo decide despertar de sus sueños (o dormirse después de vivir otra vida) y veo como mi habitación utiliza toda la paleta de naranjas existentes. Cada mañana, durante unos segundos, estoy en el paraíso. Luego me vuelvo a dormir. Mi habitación nunca se enfría porque está llena de luz.

No sé como lo hace, pero cada mañana, esté donde esté, si duermo con la persiana subida, el sol dibuja siluetas de luz y colores.

Creo que es una buena forma de despertar. Creo que es un buen motivo para salir a la calle enamorada. Y ver las cosas con una luz diferente cada día.

Ana 'Uala'


Los cinco sentidos


Le oí. Antes de verle, le oí.

De espaldas, mientras intentaba borrarme el cansancio de la cara -habían sido muchos horas de autobús-, les escuché hablar. Tres chicos. Uno de ellos, de espalda. Hablaban. No me acuerdo del qué, sinceramente. Algunas de esas conversaciones trascendentales que tan fácilmente se olvidan cuando estás con amigos acabados de hacer. 

Ocurre que las ganas de ducharme anulan mis ganas de hablar, así que discretamente, me senté en la mesa de al lado. Saqué mi libreta, pero mi bolígrafo quedó de cuartada en mi mano mientras... Bien, mientras escuchaba. Diré en mi defensa que ni siquiera fui discreta. Los tres se sabían escuchados, pero yo no hablé, y tampoco di pie a que me hablaran. Es el cansancio, es lo único que consigue cerrar mi boca.

Fue ahí donde le vi la cara.

Desde la distancia, intenté averiguar de dónde era cada uno. Es una afición que he ido adquiriendo a medida que me he ido moviendo. Cuanto más viajo, más difícil me parece. Sobre todo cuando conoces a gente que es canadiense, pero tiene padre japonés y madre israelí. Acertar con ciertas personas es la razón por la que se inventó la expresión encontrar una aguja en un pajar. En cualquier caso, seguí escuchando, hasta que el reloj dio las 12, y cual Cenicienta, recogí el pequeño escritorio que había desplegado inútilmente para ir a transformarme, pero más bien de deshecho a humana.

Estaba recogiendo mi mochila, intentando hacer funcionar el ordenador del hostel, y se dirigió a mi. You can use my phone if you want. 

Así de simple. Nuestra primera interacción fue un acto de amabilidad.  Y me dije: "Éste... éste y yo, vamos a ser amigos, ya verás". 

Y no me equivocaba.

Siete mil kilómetros de distancia. Está a siete mil kilómetros de distancia. Pero aun le llevo cerca, muy cerca. Le he visto enviar energía a través de flores. Dejé que me enseñara a caminar. Me escuchó, y escuchó... y me siguió escuchando. Y a cambio, él me contó mil historias. Me dejó entrar en su vida. Y estoy segura de que pidió un deseo por mi mirando las luces del norte. He visto los rizos más perfectos, y amor en un peluche. Las fotografías perfectas sin buscarlas. He visto el asombro de un niño, cada día, por cada cosa, cada detalle. El mejor compañero de viaje. Me queda un viaje pendiente para ver brillar los colores de un país. El país con la bandera más bonita del mundo. Y una copa en la mano.

Me ha enseñado que es posible estar contento. Y mejor aun, que se puede cambiar estar contento por ser feliz. La valentía de aprovechar el tiempo, especialmente cuando sabes lo que quieres. Me ha recordado qué es ser valiente. Y tener alegría en el cuerpo.


He visto un cuerpo parado mientras baila el alma. Inquieta, alegre. Curiosa.


Ana 'Uala'





Milagros bajo el sol


[Advertencia. Esta historia puede haber sido influenciada por la intensidad de una mirada.] 

Lo vi, lo vi en sus ojos Os juro que lo vi. Vi la inmensidad del miedo y pasión infinita. Vi la indiferencia expresada en una media sonrisa. Sonrisa pícara, sonrisa seductora. 

Le vi reírse de bromas que sólo él entendía. Le vi conquistar a una sala entera con sus ideas. Gesticulando. Llenando de pasión las palabras. Vi la furia de un pueblo resonando en la habitación. El eco de cien mil voces acalladas, apagadas por razones que jamás entenderán. Silenciadas por excusas que no pesarán sobre la conciencia de unos pocos. El cansancio en la mirada de una persona que no tiene fe ni esperanza. Pero la rabia no le deja callar. Y habla con cualquiera que esté dispuesto a escucharle.

Vi una cultura aplastarle, mientras me conquistaba sólo con la mirada. Mirada intensa, mirada eterna. Mirada de niño ocultada en una prepotencia adquirida con los años. Convertido en león, sueña en en ser acunado con el canto de una nana. Sueña en una tierra teñida de fuego. Disimula su horror con argumentos lógicos. Pero él no lo entiende. Yo lo he visto, lo he visto en sus ojos. He visto más de lo que él podrá ver jamás en los míos. He visto mi contradicción reflejada en la suya. He visto su indiferencia llenarlas grietas de tormentos que jamás se atreverá a contar.

El sol brillaba ese día. El sol siempre hace que me sienta más libre. Es mi billete de primera clase a cualquier tipo de aventura. Aproveché ese billete para entrar a un mundo desconocido. Dormí la siesta y volví a despertar en una ciudad que tenía todo que ofrecer, aun sin tener nada.

Sola, y con espirales de humo saliendo de entre mis labios, me despedí de la ciudad. Me despedí de una ciudad hipnotizada por unos ojos que no volveré a ver.

Ana 'Uala'




La tristeza de la felicidad



La sensación de estar lejos de casa es una que siempre me ha producido una curiosidad inmensa. Es tanta la felicidad. La felicidad, la libertad, la independencia. De repente, estás en un lugar que no significa nada (aún) para ti, un lugar desconocido. Y eres capaz de todo. Aquí nadie te conoce, nadie te pide explicaciones. No le importas a nadie. Podrías desaparecer y nadie se daría cuenta. De hecho, ya has desaparecido.

Nadie te protege, pero nadie se preocupa tampoco (tengo que añadir, que esta condición suele varia dependiendo de a quién conozcas lejos de casa - conozco a un chico que me guió de la mano por miedo a que me hubiera olvidado de caminar). 

Estar lejos de casa. 

Son tantas las emociones que siento. Tantas. No puedo ni empezar a explicarlas. Me va a explotar el pecho, os lo juro. Tengo ganas de saltar de alegría, pero mis pies doloridos no me lo permiten. Tengo ganas de coger el primer avión hacia ninguna parte. Pero también son muchas las ganas de volver a casa. De ver a mi querida Barcelona, con su gente. Quizás es que ya no tengo miedo, y he decidido dejar de huir. Quizás es que hablar a medianoche con un espejismo tiene sus consecuencias. Quizás toda esta intensidad quiere canalizarse en rutina. Quizás, sólo quizás, tengo ganas de ser seria... un rato.

Hoy toca ser valiente.

[Retomo esta entrada, sentada en la calidez de mi sofá].

Ya en casa, se desinfla la euforia. La euforia, que no la felicidad y la energía. Lo desconocido da paso a los reencuentros, a los lugares de toda la vida, a tu cama. Cuando aprendes, tienes ganas de aplicar lo aprendido y seguir. Seguir hacia donde te vaya guiando el camino. Es gracioso cómo después de un viaje, la gente te dice aquello de lo cambiada que estás. Y yo me miro, y veo la misma cara. Exactamente la misma. Tengo algunas sonrisas más escondidas, de historias que algún día contaré. Pero soy la misma, mismas ganas, misma sonrisa. Sí, me reconozco en el espejo. Mucho más que durante algunos momentos de este año.

Ahora que estoy aquí, pienso que quizás no huía. Hacer aquello que te apetece, incumpliendo lo que deberías hacer no es sinónimo de huir. No salí corriendo, porque estaría muy lejos... En un lugar donde nadie se preocupa y donde a nadie le importa.

Quizás es que necesitaba conocer a una amplia sonrisa de rizos imposibles, quizás necesitaba hablar con nuevos viejos amigos, quizás necesitaba sentir el frío para volver a tener calor.

Tenía ganas de escribir, pero los teclados sin acentos me lo habían prohibido.

Ana 'Uala'