La tristeza de la felicidad



La sensación de estar lejos de casa es una que siempre me ha producido una curiosidad inmensa. Es tanta la felicidad. La felicidad, la libertad, la independencia. De repente, estás en un lugar que no significa nada (aún) para ti, un lugar desconocido. Y eres capaz de todo. Aquí nadie te conoce, nadie te pide explicaciones. No le importas a nadie. Podrías desaparecer y nadie se daría cuenta. De hecho, ya has desaparecido.

Nadie te protege, pero nadie se preocupa tampoco (tengo que añadir, que esta condición suele varia dependiendo de a quién conozcas lejos de casa - conozco a un chico que me guió de la mano por miedo a que me hubiera olvidado de caminar). 

Estar lejos de casa. 

Son tantas las emociones que siento. Tantas. No puedo ni empezar a explicarlas. Me va a explotar el pecho, os lo juro. Tengo ganas de saltar de alegría, pero mis pies doloridos no me lo permiten. Tengo ganas de coger el primer avión hacia ninguna parte. Pero también son muchas las ganas de volver a casa. De ver a mi querida Barcelona, con su gente. Quizás es que ya no tengo miedo, y he decidido dejar de huir. Quizás es que hablar a medianoche con un espejismo tiene sus consecuencias. Quizás toda esta intensidad quiere canalizarse en rutina. Quizás, sólo quizás, tengo ganas de ser seria... un rato.

Hoy toca ser valiente.

[Retomo esta entrada, sentada en la calidez de mi sofá].

Ya en casa, se desinfla la euforia. La euforia, que no la felicidad y la energía. Lo desconocido da paso a los reencuentros, a los lugares de toda la vida, a tu cama. Cuando aprendes, tienes ganas de aplicar lo aprendido y seguir. Seguir hacia donde te vaya guiando el camino. Es gracioso cómo después de un viaje, la gente te dice aquello de lo cambiada que estás. Y yo me miro, y veo la misma cara. Exactamente la misma. Tengo algunas sonrisas más escondidas, de historias que algún día contaré. Pero soy la misma, mismas ganas, misma sonrisa. Sí, me reconozco en el espejo. Mucho más que durante algunos momentos de este año.

Ahora que estoy aquí, pienso que quizás no huía. Hacer aquello que te apetece, incumpliendo lo que deberías hacer no es sinónimo de huir. No salí corriendo, porque estaría muy lejos... En un lugar donde nadie se preocupa y donde a nadie le importa.

Quizás es que necesitaba conocer a una amplia sonrisa de rizos imposibles, quizás necesitaba hablar con nuevos viejos amigos, quizás necesitaba sentir el frío para volver a tener calor.

Tenía ganas de escribir, pero los teclados sin acentos me lo habían prohibido.

Ana 'Uala'





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