Pienso, luego me rayo la cabeza.


Nunca le he tenido especialmente manía a enero, y sin embargo, es el segundo año consecutivo que agradezco decirle adiós. No sé qué tiene el lunes de los meses. Porque la verdad, el primer día de la semana me encanta.

Llevo días que pienso, pienso mucho. Lo cual me hace feliz, porque soy muy admiradora de la teoría de Descartes, del pensar y del existir. Aunque eso implica que me he visto inundada de mis propias teorías. Tantas que me han desbordado. Tantas, que raya lo absurdo. Tanto la cantidad como el contenido.  

Y pensando, pensando, pensaba yo en ciertas personas. Pensaba en ellos, y me bombeaban aire en los pulmones. Había olvidado lo bien que sienta una bocanada de aire fresco. Pensaba en como ese chico se lleva todas las miradas, mientras el otro saca discretamente algunas fotos. Y cómo es ese el que realmente se preocupa, el que siente, el que cuida. 

¿Sabéis qué pensaba también? Pensaba en que hay dos formas increíbles de ser inseguros. Mostrarnos demasiado... o demasiado poco. Y en lo mucho que me acerco a veces a la segunda. O a la primera. Eso no lo tengo muy claro. 

Pensaba también en un corazón pequeño brillando sobre una camisa blanca, y en la pequeña felicidad que eso produce al resto del mundo. 

Si no me equivoco, también pensaba en abrazos amplificados por la ausencia. Y en cómo el corazón está dividido, intentando encajar en un lugar que perdió hace años, en una cuna. Un lugar que perdió al nacer, precisamente por nacer. Lejos de casa. 

Y pensaba, por último (mentira, pensé muchas más cosas), pensaba en los dibujos olvidados de una vieja libreta. En un joven al que nunca conocí. Un joven que no es más que fotogramas en un vídeo, anécdotas de comidas familiares.

Esta semana -será por la luna, será por las estrellas- mi humor ha estado impecable.

Pero pensar siempre deja un sabor agridulce...

Ana 'Uala'

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