Pan y vino



Pan, tomate y queso. Un buena vaso de vino, y sandía fresca. Fresca, porque se enfriaba en la orilla del río. Orilla en la que duermes bajo la sombra del árbol.

Esa solía ser mi imagen de la felicidad. En muchas ocasiones, lo sigue siendo, los días en los que el sol alarga tu sombra hasta que toca las estrellas que han salido. Noches de brisa tibia donde no se oye más que aquello que quieres oír, y no es necesario más.

Pan, buena compañía y algún destino incierto. O no tan incierto. Horas de viaje por delante, un paseo que se convierte en objetivo, sin importar el dónde, el cuándo, el cómo. En las grandes ocasiones, cualquier medio no justifica el fin, si no todo lo contrario: el medio suele ser el fin, el motivo, y la justificación.

Un recién hecho, de panaderas obesas en orillas de la carretera. Mujeres que aprovechan el cansancio del viajero para expandir su obra de arte, un olor que te atrapa, te obliga a parar, y escuchar el crujido -como hojas de otoño- al partir la punta del pan.

Horas muertas convertidas en aventura, esta vez no con banda sonora, si no con el recuerdo atrapado en un olor.

Olor que, cada vez, te recuerda una alegría diferente de miles de caminos recorridos con las mejores compañías.

Ana 'Uala'


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