Días azules


¿A qué estarías dispuesto a renunciar para que otras fueran más felices? ¿Qué sería para ti renunciar?

Hoy quiero hablaros de una historia inventada. Ver a una persona, y que tu mente le siga en travelling hasta su casa, hasta su mujer, hasta sus hijos. Hasta su botella de alcohol. 

Entras al metro, suena un acordeón. Instantáneamente, me vienen a la cabeza recuerdos borrosos de tardes de dominó y el sabor a melocotón me hace la boca agua. Dulces acordes que sin nadie saberlo, me trasladan a otro mundo, a otro hogar, a otra época. A otro yo. Sigo caminando, y el acordeón está unido a las cansadas manos de un hombre que triste, lúgubre, crea alegres melodías para los demás. El sonido se dispersa en colores, desde las sombra de su tristeza. Le miro, y sin mirarme, sigue tocando. Quiero que me mire, quiero mirarle a los ojos. Para saber si la historia que me voy a inventar es cierta. Si puedo leer la tristeza de sus ojos. Pero no me mira, y sigue tocando alegres melodías, en días grises. Días fríos. 

Una corriente de aire me saca de mi ensimismamiento. Miro a mi alrededor, y el andén está despareciendo a la velocidad del vagón. No tengo tiempo a oír los últimos acordes. Me he adentrado a un mundo de mentira. Pensando...

Se hace tarde, y este hombre, después de un día sin mucho éxito, vuelve a casa. O a su rincón, pero con el frío que hace, quisiera pensar que al menos tiene un lugar seco donde esconderse. Me gustaría, pero no estoy segura. Porque invento. Porque no me he molestado en preguntar. Porque me he quedado en la tristeza de la superficie. ¿Quién podría culparme? Estoy en una ciudad desconocida, en una estación desconocida. Jamás volveré a ver a este hombre. ¿Entonces, por qué hoy me corroe la culpa? ¿Por qué el no saber su vida detrás del acordeón me persigue desde hace ya días?

¿Será porque jamás lo sabré? Ya no puedo preguntar. Y nunca sabré si ese hombre era feliz. Si lo era, bien (¿por qué pensaría que no?). Si no lo era, ¿por qué no le pregunté qué podía hacer para ayudarle?

A veces sólo se necesita hablar. Y tiempo. 

Pero hoy nunca lo sabré, porque no pregunté. No quise mirarle a los ojos y leer una tristeza que, si el mundo funciona como funciona, no sería más que el reflejo de la mía. 

Ahora nunca sabré si el triste era él, yo... o el mundo. 


Ana 'Uala'

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