Unidos en peregrinaje


¡Oh! Esta... esta es una imagen que me produce mucha felicidad. Muchísima. Algún día no muy lejano espero vivir de esto que hago, de este placer que me provoca fotografiar y escribir, y descubrir lo bonito de las cosas. Pero creo que nunca recibiré mayor satisfacción, mayor recompensa que la que obtuve tras realizar esta foto. 

Santiago de Compostela. El sol brilla con intensidad, julio mediodía. Incluso en el norte, esto se nota en los poros. Mato las horas descubriendo una ciudad que no conozco. De compañera, mi cámara y un mes de buenísimos recuerdos que se acaban ese día. Quedan horas para volver a casa, y bueno. Disfruto la soledad, que es muy buena compañía. Me va susurrando al oído cada vez que algo bonito: mira, mira ahí... Y así consigo descubrir todas esas cosas que normalmente no vería. 

En una calle peatonal, de esas que siempre me recuerdan a mi barrio Gótico querido, entre la multitud, decidí pararme. ¿Lo ves? Y sí, ahí estaban, en una puerta rota, silenciosos, el árbol y el indio. Como recordando su pasado y su destino. Haciendo honor a su historia y a su presente. 

Me paro, enfoco. No es ni de lejos mi mejor foto. Ni la peor. Es lo que es, y no tiene más. Un detalle captado. Un recuerdo, como todo. Ignorante del movimiento a mi alrededor. O no del todo. 

Entre esa estelada de gente que se dibuja a mi alrededor, hay otra persona parada, nítida. Grande, de barba blanca y mirada dulce. Yo miro la puerta, el me mira a mí. Y los dos estamos quietos, mirando. Viendo algo que otros no ven. 

- Estaba mirándote y me preguntaba... ¿Por qué esta chica le está sacando una foto a esa puerta destrozada? Y luego he visto el dibujo... No he podido evitarlo, tenía que hablarte. Espero que no te moleste... Me llamo Paul. 

Así es como se conoce a las personas de fe, aquellas que confían. Confían en la bondad, y en la capacidad de mejorar. No creen que su Dios sea castigador. De risa fácil, él me invitó a una cerveza, la camarera nos invitó a pan y queso. Comida humilde para dos peregrinos de historias muy diferentes. Él une personas: asesor matrimonial, enseña quizás no el amor, porque eso es personal, pero todo lo que enseña lo hace con amor. Amor, amor que nunca podrá darle al hijo que rechazó antes de nacer, por querer ser él hijo del Señor. Pero mira, mira en los ojos de las personas que pueden cumplirlo, y les ayuda. O mejor dicho, charla con ellos, para que ellos mismos se ayuden. Psicólogo caído del cielo, sin imponer sus ideas. 

Jesuita belga, hombre, compañero de viaje y confidente. Vio en mí algo que intento descifrar. El brillo de tus ojos. Con mirarte a los ojos, se ve todo. Desde ese día, me miro y me miro, sin ver nada en ellos. Pero algo deben tener, si valen una sonrisa, una buena conversación y un llavero. Es un regalo para ti. Un nudo marinero. Para que haya algo que te mantenga en el suelo, aunque sea bueno estar en las nubes. 

Nos despedimos en varios idiomas, emocionados. Él con una misión, yo con otra. Entre amplias sonrisas, queda el recuerdo. El recuerdo de un pequeño paréntesis entre el movimiento de peregrinos. 

Ana 'Uala'

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