Bretton Woods y otros orígenes


Es fácil fotografiar aquello que ya es hermoso. Siempre he pensado que cuando sacaba una foto, y alguien me decía que era bonito, estaba haciendo trampa. Al fin y al cabo, la belleza ya estaba allí. Yo no soy más que una casualidad, que estaba en el lugar exacto en el momento oportuno. 

Era una de las últimas mañanas que junio tenía que ofrecernos. Mis amigos dormían: estábamos de vacaciones, las noches se hacían largas y los días cortos entre risas, sol y alguna que otra bebida. Era hora de dormir, pero no pude resistirme. Así que cogí a la única capaz de acompañarme en este paseo solitario, y fuimos a la orilla del mar. Y qué espectáculo privado nos ofreció esa mañana nuestro querido astro favorito. Ni quiero jugar a haber captado lo asombroso de ese día: esto no es más que un eco de un recuerdo que me juega malas pasadas. 

De ese viaje, tengo diferentes recuerdos, y casi siempre dependen de mi estado de ánimo. A veces buenos, a veces peores... Pero luego recuerdo esa mañana, sola, en la orilla, y pienso: Sonríe, que ese viaje no tuvo nada de malo. Para ponerlo en una frase positiva, tuvo todo lo bueno. 

Curiosamente, no es de ese viaje que quiero hablaros. Si no de una persona con la quizás coincidí, quizás no. En cualquier caso, el destino nos tenía reservados otros planes. Tres meses después, al empezar la universidad, ni me fijé en el centenar de caras que adornaban mi aula. Los nervios no me dejaban ver más que siluetas borrosas y nombres sin caras. Un caos. 

Sin embargo, a medida que fue pasando el tiempo, y las caras fueron haciéndose más nítidas, hubo personas que tuve, otras que perdí. Otras siguen aquí, y su cara ha pasado de ser nítida, a estar en primer plano. 

Una de esas personas, un pequeño héroe, viene del mismo lugar que la foto. Es por eso que se la regalo, como una pequeña ofrenda. Aunque lo que le regalo, no es mío de dar. De hecho, fue un regalo de su tierra para mí. 

Es esta persona que hace que este recuerdo que se moldea según mi humor, sea siempre positivo. ¿Cómo puede haber algo malo de su querida isla? Un día vienes, y te la enseño yo. No puede ser que Ibiza no te parezca el mejor lugar del mundo. 

Orgulloso de su tierra -¿por qué no iba a estarlo? Yo amo la mía -, es una persona que... Mejor os pongo un ejemplo. Pero antes, os pongo un poco en situación. 

Hay ocasiones en las que alguna asignatura de nuestra carrera nos obliga a tener que subir a la universidad a editar vídeos en unas salas, que si la conocierais, no querríais volver a entrar. Una sala del terror. Por arte de magia, absorbe energía, horas y hasta el alma, si estás ahí mucho tiempo. 

Vale, quizás esté exagerando un poco. O quizás no. Es simplemente para que os hagáis una idea. 

A esto, le tenemos que añadir el hecho de que vivimos a una hora de la facultad -y eso que somos de los que vivimos más cerca. 

En cualquier caso, aquí va el ejemplo. 

Este amigo, es una persona que se ofreció a acompañarme a las nueve de la mañana a nuestra particular sala de tortura, sólo para que no editara en soledad. No únicamente eso, si no que yo, teniendo una cita al otro lado de nuestro mundo -una cita que para mí era importante, para otros, una excusa inválida-, y andando justa de tiempo, se ofreció a quedarse mientras acababa de guardarse el vídeo. 

Y todo eso antes del café de mediodía. 

No sé si es el mejor ejemplo, o si he conseguido transmitir aquello que siento. Pero sé que él, sí lo entenderá. Porque a veces sobran las palabras. 

Gracias, por todo. Todo. Pero sobre todo, por Bretton Woods. 

Ana 'Uala'





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