Amigas causales - que no casuales.


Un hostel pequeño, pintoresco, y acogedor. Sobre todo, acogedor. En buena compañía, nos disponemos a cambiar el material para una excursión diferente. La habitación es compartida, e inevitablemente te encuentras a tus compañeros. O en este caso, compañera. Está sola, ya os habéis tomado un mate con el genio de recepción, y estás en un país muy lejos del tuyo. Igual que ella. Llámalo instinto, llámalo buena educación... 

- Perdona, ¿te quieres venir? Vamos al lago Gutiérrez, que nos han dicho que si da el sol, nos podemos bañar...

Improvisación que sale bien. Nos ponemos las tres el bañador, y ella, que tiene coche -empieza la cadena de cosas buenas- nos lleva hasta este lago. Vamos charlando, poniendo al día a una desconocida de veinte años de vida... O mejor dicho, de las últimas semanas, y de las que aún quedan. Mapas que no funcionan, bichos que te persiguen y argentinos que indican mal. Ir, volver, volver a ir... Llegar. 

Un lago, azul. Azul, azul, azul. Intensamente azul. Con pequeños diamantes en la superficie, un regalo del sol. Vamos a la otra orilla, que habrá menos viento. Dar la vuelta e ir a un rincón más recogido. Sacarse la ropa, mojar los pies. Helarte. ¡Hipotermia aguda! Que venza la valentía y tirarse de cabeza. Si lo hace una, lo hacen dos... la tercera, a regañadientes, también se lanza. Aún no estamos dentro que ya hemos salido, buscando el calor del sol y de las toallas. Risas y más risas. Planear excursiones. Realizarlas. Que nos persigan unos bichos carnívoros, y que queden lindas fotos de recuerdo. Tener una visita pendiente al otro lado del mundo. Unas birras, esa misma noche, en inmejorable compañía. 

Mi compañera se va, y me deja con mi nueva amiga. Se han separado por poco nuestros caminos, y yo he quedado tan encandilada, que me uno a su plan: una pequeña ruta. Tiene que devolver el coche -alquilado- y quiere aprovecharlo una última vez. Me invita a acompañarla. Para mí, es un honor. 

Empezamos temprano al día siguiente. Bien equipadas con agua, bocadillos, y ganas... comienza toda una aventura. Un paseo por las nubes, bien alto. Siete lagos escondidos entre la ceniza de volcanes. Música a todo volumen ante un silencio universal. Blanco, azul, gris y violeta. No hay más colores. Azul, azul, blanco, gris. Violeta, violeta. Entre el blanco, azul. Paramos. ¿Recogemos a ese chico? Pobre, debe estar respirando toda la ceniza que levantan los coches...

Un nombre en blanco, con camisa azul y bonita sonrisa. Acento francés, alma viajera. Nos cuenta su historia: fotógrafo de capa y espada. Aventurero nato, lleva meses conociendo, sin llegarse a conocer. Durante un breve período de tiempo, hemos coincidido en el camino. Vamos juntos, el rojo de la sangre palpitando entre el paisaje blanco, azul. Gris, gris, violeta. Luego, más azul. 

Nos separamos, con palabras pendientes. Nosotras tenemos que volver: él, se queda. De vuelta, silencio. No se escucha más que la música. Lentamente bajamos de las alturas, para volver a lugar de origen. De ese origen. 

Al día siguiente, un hasta luego. Porque no creemos en las despedidas. Y aún tengo un viaje pendiente... al lado de una sonrisa sincera, con alegría pura, a disfrutar, esta vez, de dorado y azul... sin moscas asesinas. 


Ana 'Uala'


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